“¿Misoginia?”

Escrito por: Dr. Bárbaro A. Marrero

“Mente cerrada,” “retrógrado,” “atrasado,” “criticón,” “fundamentalista,” “homofóbico,” “incitador al odio,” “anciano medieval,” “misógino.” Estos son algunos de los epítetos que unas pocas personas, que no me conocen ni yo las conozco, me prodigaron en comentarios a mi anterior publicación. Uno incluso llegó a proponer que “la Constitución de la República debería tener un acápite contra las personas que piensan como usted y promulgan el odio y la discriminación.”Procurando entender si estas críticas tienen algún fundamento en la verdad, hice un inventario personal con estos adjetivos, especialmente examinando la misoginia. Etimológicamente, es una combinación de dos vocablos griegos, miseo, que significa “odiar” y guné, “mujer”. Por tanto, el término describe a aquellos que odian a las mujeres, y algunos se han tomado la libertad de aplicar este insulto a los cristianos, por defender las diferencias de roles en el matrimonio. ¿Es este un calificativo adecuado? ¿Soy misógino?Diferentes mujeres han desempeñado papeles cruciales en mi vida. Me crié solo con mi madre y, además de considerarla mi heroína personal, me une a ella un amor entrañable. Una de mis grandes alegrías es no haberle causado sufrimiento con mis acciones y saber que vive orgullosa de mí. Con mi esposa llevo felizmente casado veintiún años, sin que nadie me obligue a ello, y pocas cosas me satisfacen tanto como escuchar sus palabras todos los días (o casi todos, para no absolutizar): “Te amo y soy feliz contigo.” Además, tengo una hija que desde muy pequeña descubrió que soy vulnerable a sus besos y que con su sonrisa me desarma. Afortunadamente, siempre ha tenido un padre a su lado para cuidarla y suplir sus necesidades. Otras mujeres que me han bendecido, y creo que yo a ellas, han sido mi abuela materna, mis hermanas, mis tías, mi maestra de la Escuela Dominical en la iglesia, ¡y hasta mi suegra! El afecto superlativo que todas ellas evocan en mí se ubica en las antípodas del odio. Por otra parte, nunca he golpeado ni maltratado a una mujer. Por mi trabajo pastoral y docente me he relacionado directamente con cientos de mujeres. Ninguna me ha acusado de relación inapropiada, ni soy consciente de que alguna me odie. Tampoco yo he sentido desprecio o repulsión por ninguna de ellas. Aparte de que ese sentimiento hacia las mujeres nunca ha aflorado en mí, mi fe cristiana no me lo permite.El cristianismo transforma el enfoque natural del hombre, su tendencia pecaminosa instintiva de ver a la mujer como esclava y un mero objeto de placer. En lugar de eso, la exalta como un ser digno de respeto, protección y amor comprometido. En contraste con la baja estima en que se tenía al sexo femenino en el mundo antiguo, Jesús preconiza su valía. Numerosas mujeres fueron beneficiarias de sus milagros y los evangelios nos narran detalladamente su conversación con una samaritana, a quien ayudó a reconocer su pecado y se convirtió en una de las primeras misioneras. Las mujeres se sentían seguras cerca de Cristo, lo amaban, lo servían, le ofrecían dones valiosos, lo acompañaron hasta la misma cruz y lloraban de gozo a sus pies, al sentirse perdonadas. Son memorables sus palabras a la adúltera sorprendida in fraganti: “Ni yo te condeno; vete y no peques más.”Otra evidencia irrefutable de la reivindicación que Jesús hace del valor de las mujeres está en el hecho de que recibieran las primeras epifanías del Cristo resucitado. Es bien conocido que en aquellos tiempos las damas no eran consideradas testigos válidos y confiables. No obstante, al Señor le plugo que fueran féminas las primeras en constatar Su victoria sobre la muerte y les concedió el privilegio de proclamar, primero que los hombres, la realidad de ese acto portentoso, sin importar los cánones jurídicos que rigieran en la época.También Pablo destaca el nuevo aprecio que el cristianismo le atribuye al bello sexo (como le llamó Voltaire), declarando en Gálatas 3:28: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.” De esta manera, elimina cualquier tipo de subestimación por razones de nacionalidad, estatus social o sexo. Curiosamente, evidencia un contraste con la oración que, ordenada por el Talmud, repetían los hombres judíos diariamente, bendiciendo a Dios porque no los había hecho gentil, mujer o esclavo. Es importante notar que esta práctica no obedecía a un mandamiento divino, sino que se considera una infeliz imitación a la influyente cultura griega. Según Diógenes, fue el gran Sócrates quien afirmó: “Hay tres atributos por los cuales estoy agradecido a Fortuna: que nací, primero, humano y no animal; segundo, hombre y no mujer; y tercero, griego y no bárbaro.” Asimismo, el célebre apóstol de los gentiles, definiendo los roles dentro del matrimonio en Efesios 5:25, instruye a los maridos que amen a sus esposas sacrificialmente, como Cristo al dar su vida por la iglesia. Sin dudas, un desafío monumental, mayor que la tan cuestionada exhortación a la esposa de sujetarse y respetar a su marido. He aquí el paradigma insuperable de relación entre los esposos. ¿Habrá acaso una manera más sublime de expresar aprecio por una mujer que estando genuinamente dispuesto a morir por ella? En esta misma línea de pensamiento, el apóstol Pedro prescribe el imperativo de honrar a la mujer y tratarla como vaso frágil (1 Pedro 3:7). Concibe a la esposa como un recipiente precioso y delicado, que debe cuidarse con esmero. También nos recuerda que las mujeres han obtenido igual salvación que los hombres y en los mismos términos. Finalmente, nos confronta con una seria advertencia: si los esposos no dan honor a sus esposas, no actúan con sensibilidad o no las estiman como coherederas de la redención, Dios no va a escuchar sus oraciones. Así de significativas son las mujeres para Dios.Afirmar que los hombres y las mujeres son diferentes no es misoginia, es sentido común y conocimiento elemental de ciencias naturales. Existen distinciones anatómicas, fisiológicas, neurológicas, hormonales, psicológicas y funcionales. Aunque algunos no lo quieran reconocer, las mujeres son más débiles que los hombres en ciertos sentidos. Por eso no compiten entre sí en los Juegos Olímpicos, ni tampoco ganan la clasificación en igualdad de condiciones. Los abanderados de un igualitarismo absoluto no abogan por eliminar esta aparente injusticia, pues saben que perderíamos la oportunidad de ver mujeres compitiendo bajo los cinco aros. ¡Y eso sí sería misoginia! En otros sentidos, son más fuertes. Su resiliencia al dolor es impresionante, así como su capacidad titánica de gestar y dar a luz, para luego amamantar a su bebé y cuidarlo solícitamente. Los hombres y las mujeres son diferentes en disímiles aspectos; pero en cuanto a la dignidad, inherente a todo ser humano, son exactamente iguales. Poseen el valor intrínseco que les concede el ser creadas a imagen de Dios y la muerte de Cristo para salvarlas. Por tanto, los cristianos no podemos ser misóginos. Misógino es el hombre que golpea a una mujer, independientemente de la razón que lo motive; el que la ofende y denigra; el que la usa como un objeto desechable solo para satisfacción personal; el que cree ennoblecer a la que se prostituye con solo llamarla “trabajadora sexual”, en lugar de procurarle una mejor alternativa; el que rompe el vínculo matrimonial egoístamente y traiciona a la madre de sus hijos. Misógino es el hombre que odia, rechaza y desprecia a la mujer por poseer algo que él quisiera y que nunca podrá tener verdaderamente: el sexo femenino. Es comprensible la animosidad de aquellos que pretenden “erosionar el patriarcado” hacia un padre de familia que permanece en casa, amando, cuidando e instruyendo a sus hijos, al mismo tiempo que ama y protege a su esposa. Para los que anhelan exterminar ese modelo y, en consecuencia, aborrecen visceralmente el cristianismo, resulta insoportable constatar que sí funciona; pero deberían ser más creativos a la hora de emplear calificativos infamantes. En este caso, “misógino” no se ajusta a la realidad ni en lo más mínimo.

Este material es usado con permiso y ha sido tomado de: https://www.facebook.com/barbaroabel.marrero/posts/1825952244230642

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